miércoles, 4 de diciembre de 2013



CATALUÑA 2014 – 2016.

LA SOLUCION

B. L. Acksheep


Capítulo II. Votaciones, elecciones, “Derecho a decidir”

Existe un extenso debate planteado sobre eso que ha pasado a denominarse “Derecho a decidir”. Son múltiples los argumentos denunciando, probablemente con razón, la inexactitud de la denominación, porque lo que oculta es otra cosa -la autodeterminación- que solo está avalada por la legislación internacional para circunstancias radicalmente distintas a las nuestras. Pero quizá deberíamos, al menos para analizarlo,  dejar de lado los nominalismos. En definitiva el objetivo está claro y vuelve a incidir en el corazón de lo que planteaba el Clarity Act: algo que no está contemplado por la ley que debería enmarcarlo (la Constitución), pero que puede resultar aconsejable considerar.

Lo que sucede es que se recurre a un planteamiento aparentemente lógico e inocente, que la población de Cataluña ejerza su expresión democrática mediante las urnas. Y que los que se oponen a ello son, simplemente, antidemócratas. Sin embargo, en la práctica, el número de trampas y ocultaciones de la realidad es tan abundante, que es necesario contemplar atentamente todo el panorama. Prescindo de argumentos conocidos, reales y ya expresados, como que cualquier democracia debe encuadrarse en unas reglas que en este caso se pretenden incumplir. Me interesa subrayar otros aspectos. 

Antes que nada cabe expresar cierta sorpresa por el intenso debate en torno a múltiples aspectos de la pregunta y la inexistencia de análisis alguno en torno a lo que parece más esencial: cual debería ser el tratamiento de la respuesta. Por eso conviene retornar al Clarity Act: porque profundiza en todo el proceso y se pronuncia simultáneamente sobre las condiciones de la pregunta y sobre el tratamiento de la respuesta. Es en ese último aspecto en el que quisiera incidir en este capítulo.

Creo que en todo el planteamiento hay un elemento espurio: tratar a esa votación como si fuese una de las habituales, que se resuelven básicamente con un tema de mayorías y minorías. Me refiero a que en esas votaciones, las ligadas a elecciones municipales, autonómicas o legislativas, lo que se está determinando es qué tratamiento se le va a dar al paciente durante los próximos cuatro años. Existen además muchas cautelas; si el tratamiento no resulta adecuado, puede ser modificado de diversas formas, cambiando las mayorías si es posible, presentando mociones de censura, etc. Y en el caso de  que un partido tenga mayoría absoluta, el plazo de cuatro años vuelve a dar la palabra al cuerpo electoral. La votación que se discute, la ligada al “Derecho a decidir” es algo absolutamente diferente: es un trasplante de corazón, algo probablemente irreversible. Por eso lo más sorprendente de todo es que los que propugnan ese trasplante, no presentan informe alguno que avale su viabilidad: no hay datos ciertos sobre el estado actual del paciente, radiografías, scans, estudios sobre la posibilidad de rechazo, compatibilidad con el donante, etc. Se trata de un acto de fe.  Los partidarios del trasplante aparecen felices en las manifestaciones, rodeados de sus hijos y recitando el mantra habitual “Queremos el trasplante”. No importan las consecuencias, no importa si eso va a mejorar al paciente, incluso si será capaz de sobrevivir con una calidad de vida aceptable. En cualquier caso los médicos, los que ejecutan el trasplante, se han reservado un lugar en la Historia. Pero la irreversibilidad de lo que se plantea, como subraya el Clarity Act, requiere un tratamiento de la respuesta que no tiene nada que ver con las votaciones o elecciones habituales. Por eso, quienes no confiamos ni en el tratamiento ni en el equipo de cirugía, no podemos ser obligados a seguirlo.
Es esencial recordar que, según casi todas las encuestas, la línea de partición entre los que desean o rechazan la independencia, está cercana al 50%. Incluso encuestas realizadas en periodos de tiempo muy cercanos, decantan levemente el resultado en uno u otro sentido, según quien realice la encuesta. Los partidarios de la consulta están enfrascados en la pregunta con posiciones tan contrapuestas que el presidente Mas calificó recientemente de guirigay esa situación. Pero nadie habla del tratamiento de la respuesta, tal parece que se tratase de una apuesta a cara o cruz, que quien la gane arramblará con todo y quien la pierda, lo habrá perdido todo. El Tribunal Constitucional canadiense remarcaba, sabiamente, que “todos los ciudadanos son, en cierto sentido, propietarios de todo el país”. Imaginen el reparto de una herencia cuyos herederos tienen opiniones radicalmente enfrentadas sobre la manera de realizarlo. Vuelvan a imaginar que deciden ponerlo a votación. ¿Resultaría lógico aceptar que la facción mayoritaria se apropiase de todo y la minoritaria lo perdiese todo? Parece ser que esto es lo que se está planteando y es por eso que debería acudirse a la reflexión y a la doctrina que se deducen del Clarity Act.

Hay una serie de ciudadanos de Cataluña, que se consideran tan catalanes como españoles, que han constituido tradicionalmente la fracción mayoritaria de la población y en cualquier caso una población numéricamente significativa. Esos ciudadanos tienen firmado un contrato del máximo valor legal, la constitución, que les garantiza la permanencia al estado que generó ese contrato. Y que como lo consideran vigente, quieren que, en cualquier caso, suceda lo que suceda en cuantas consultas se celebren, nadie les pueda despojar de su herencia. Algunos de ellos estaríamos de acuerdo en que se ejerza ese “derecho a decidir/autodeterminación” que determine un divorcio, pero ese divorcio debe plantearse entre una parte de Cataluña, la que corresponda al porcentaje de votación de los que han decidido separase, que deberían ocupar una fracción del territorio: precisamente en la cuantía que corresponda al porcentaje de sus votos. Todo de acuerdo a lo que se indica en el Clarity Act cuando dice explícitamente (refiriéndose al Canadá) que “en el caso de que poblaciones concentradas territorialmente en Quebec (Cataluña) solicitaran claramente seguir formando parte de Canadá (España) debería preverse la divisibilidad del territorio quebequés (catalán) con el mismo espíritu de apertura que llevó a aceptar la divisibilidad del territorio canadiense (español)”. En otro capítulo abordaremos cómo hacerlo.

Aunque lo que queda en un preocupante estado de indefinición es lo que realmente se plantea. Se habla de un referéndum “consultivo”, es decir, aparentemente no vinculante, puesto que para que lo fuese debería convocarse otra nueva consulta que indicase claramente esa circunstancia. Supongamos, para entender la esencia de lo que plantean los partidos que lo propugnan, que el estado aceptase ese planteamiento (cosa que parece muy poco probable). El coste de esa consulta, sobre la que se han barajado diversas cantidades, podría ascender a 30  millones de euros, como se estimó inicialmente, aunque ahora la vicepresidenta habla de 5 millones en un presupuesto “muy ampliable” y que “la previsión es incierta y la ampliaremos hasta donde sea necesario”.
Parece evidente que tiene miedo de dar el importe real. Un importe que habría que multiplicar por dos al añadir el coste del referéndum vinculante, que es el único que podría ser efectivo. Parece difícil de entender que, en la situación actual, partidos que se autodenominan de izquierdas estén de acuerdo en semejante despilfarro. Si se trata de algo de alcance únicamente consultivo, mejor sería encargar una macroencuesta con una población consultada de amplitud suficiente para aproximar el resultado, y/o plantear únicamente un referéndum vinculante, con las mismas dificultades que presenta el consultivo. Y quizá también, como se hace en Suiza, se podrían convocar simultáneamente varias consultas para compensar el coste de la del derecho a decidir, por ejemplo:
-Reducir el coste de la Corporación catalana medios audiovisuales a un máximo de 50 o 100 millones de euros (por ejemplo, el coste actual es de 235 millones de euros)  
-Reducir el salario del director de TV3 hasta dejarlo con el mismo importe que el de Rajoy. Ahora gana bastante más del doble, un 127% más.
-Aproximar las condiciones de jubilación de los parlamentarios, ex concellers, ex altos cargos de organismos públicos, etc. a la del resto de los trabajadores
-Aplicar recortes similares a los realizados en sanidad y educación a  Diplocat, embajadas, etc.
-Etc, etc., etc.
Siempre para canalizar los importes ahorrados hacia la dependencia, inserción de discapacitados, ayudas al comedor escolar de cierta población necesitada, desahuciados, etc.

Por último cabe subrayar la manera como se está conduciendo el proceso desde esos medios audiovisuales de trinchera única a los que me refería en el capítulo anterior. Unos medios que se conducen desde hace mucho tiempo como inmersos en una campaña electoral continua, pero sin las limitaciones que impone la legislación en cuanto a la asignación de espacios. Una campaña que se desarrolla entre ese cerca del 50% amordazado, los que no desean la independencia, y ese otro 50%, que sí la desean, con un complejo sistema de potentes altavoces, de titularidad pública y de medios privados subvencionados. Los primeros, los de titularidad pública, con una cierta contención aparente, al menos en los informativos, probablemente por los controles parlamentarios; los otros, los de propiedad privada subvencionados, con barra libre puesto que no tienen control alguno. Entre los múltiples ejemplos de estos últimos, podríamos mencionar uno como paradigmático. Se trata de un programa de la TV del más importante grupo de comunicación local, en horario de lo que suele denominarse “prime time”, con una estructura a medio camino entre el “comentario político” y un “programa del corazón”. La fase “informativa” es precedida con frecuencia de un diálogo entre El Gran Presentador y la Ideóloga/Sacerdotisa (un trasunto local de Belén Esteban dedicada a, digamos, la “política del corazón”). Si se ha realizado una entrevista previa a alguna personalidad de un partido “desviacionista”, la Ideóloga/Sacerdotisa emana la doctrina necesaria para neutralizar el veneno y evitar que contamine a los espectadores. Me había permitido entrecomillar lo de informativo porque, a diferencia de los usuales, que son una especie de mercado donde aparecen expuestos los diferentes alimentos (dispuestos con el rango adecuado a la orientación de la cadena), a diferencia de esos otros, decía, el que analizamos suministra los alimentos ya triturados, mezclados a conveniencia para ser consumidos a cucharaditas. La información se suministra “opinada”, para evitar el análisis de quien la recibe y que no le pueda dañar y desviar del recto camino. Para no cansar más al lector, la fase posterior está compuesta básicamente por opinadores de trinchera, algunos de los cuales además realizan el mismo cometido en el canal autonómico: tienen el monopolio de la voz y la utilizan en el más estricto sentido de trinchera. Todo lo que signifique Madrid/España/Gobierno se presenta de manera tan despreciativa que cualquier espectador receptivo llegaría a la misma conclusión que expresó nuestro célebre conciudadano Albert Pla: que le da asco ser español y que es una mierda ser español.
(ver http://www.elperiodico.com/es/noticias/ocio-y-cultura/reacciones-albert-pla-polemica-suspension-concierto-gijon-2757449)
Parecería irreprochable que el principal grupo de comunicación local mantuviese esa posición o la que le pareciese oportuna, pero el condicional desaparece y pasa a ser inadmisible que realice semejante tarea cuando se considera su generosa subvención.  Obtenida también a las expensas de ese grupo al que pertenezco, los que nos sentimos catalanes y españoles, que debemos soportar que se nos insulte pagando con nuestros impuestos una generosa cantidad, que acabará en los bolsillos de los propietarios del grupo que no parecen necesitarlo.

Por último cabe mencionar un hecho repetido y especialmente desagradable y ofensivo. Esa manera insultante en que todos estos personajes hablan en nombre de Cataluña. Lo que ellos piensan, es lo que Cataluña piensa. Lo que ellos pretenden, es lo que Cataluña pretende. Parece como si los espíritus de las generaciones pasadas, les hubiesen otorgado el título de oráculos. Y como son los que monopolizan los medios, no existe contrapeso posible. Día tras día, programa tras programa, van inoculando en vena su doctrina. Un xirimiri inacabable que inexorablemente va penetrando cada vez con más profundidad.

Este es el escenario sobre el que se va a desarrollar próximamente la tragicomedia. Por otra parte, un escenario muy conocido, basta con volver la vista atrás unos cuantos años para encontrar situaciones similares, en nuestro país y en otros de Europa. Es tiempo ya de seleccionar a los dos principales actores. Pero resulta que quien maneja la tramoya está a la vez implicado en esa selección y cuando los diversos actores salen a recitar su papel, “los elegidos” reciben todos los focos, que les proporcionan una luz deslumbrante. El resto queda en la penumbra y el público apenas puede distinguirlos. Es en esas circunstancias, tan absolutamente desiguales, en las que se va a desarrollar algo tan esencial para nuestro destino.

Tan conocido es ese escenario, decía, que está descrito en solo ocho palabras. En ocho palabras escritas por una gran autor de teatro español, premio Nobel por más señas, hace poco más de cien años. Pertenecen a la que es probablemente su obra más emblemática y son las primeras que se recitan. Como prólogo, con el telón a medio subir, en la penumbra. Dicen así:
“He aquí el tinglado de la antigua farsa…”



Continuará en el Capitulo III. Nunca tan pocos mintieron tanto a tantos


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Una oveja de color (de color negro)